viernes, 26 de septiembre de 2014

Aceptación sin resignación. Afrontar para vivir plenamente

Las actuales terapias en psicología, podríamos decir que encabezadas por las llamadas terapias de tercera generación, con la terapia ACT como mayor representante, han venido a romper ciertas barreras que la psicología se había puesto a sí misma en el ámbito de la intervención clínica desde el surgimiento de la anterior ola, la psicología cognitivo-conductual, hasta convertir a esta disciplina en una herramienta más sólida y potente en su objetivo por ayudar a las personas que sufren día a día.

Las terapias de tercera generación (ACT, FAP, DBT, etc.) cuentan con dos componentes básicos a la hora de abordar situaciones que pueden llegar a generar algún tipo de malestar al individuo; la aceptación como propuesta para el cambio, y los valores como objetivos que deben marcar el rumbo de la intervención.

Nos centraremos en el primero de esos componentes, la aceptación, uno de los pilares de la terapia de tercera generación, con el que se busca afrontar la situación causa de malestar en lugar de evitarla o postergarla, lo que no haría otra cosa que ir paulatinamente aumentando dicho malestar.


¿…pero qué tipo de terapia es aquella que me pide aceptar mis problemas?

Es cierto que dicho así pareciera que este tipo de terapias busca que el individuo se resigne a que su vida ha tomado cierto rumbo, ante lo cual nada puede hacerse para volver a vivir tal y como a uno le gustaría. Nada más lejos de la realidad, pues debemos hacer, llegados a este punto, un matiz de gran importancia entre la aceptación y la resignación de la que hablamos,  y no se trataría de un matiz caprichoso que simplemente defiende dos ideas distintas por el simple hecho de diferenciar dos conceptos que aparentemente vienen a significar lo mismo.

La aceptación o “willingness”, término anglosajón que últimamente ha venido sustituyendo a su vez al de “acceptance”, busca aprender y aprehender (de) los distintos focos generadores de malestar (situaciones sociales, pensamientos, sentimientos, etc.) para obtener de ellos algún tipo de mensaje que nos ayude a entender qué es lo que está funcionando de manera distinta a la que nos gustaría y poder actuar sobre el contexto (en una dirección valiosa para el individuo).

Esta forma de proceder se aleja bastante de lo que propone la resignación, que por su parte nos plantearía acercarnos a esas fuentes de malestar de manera muy distinta, con una actitud menos flexible y abierta, más pasiva, como actores de una situación de la cual somos víctimas y con una visión pesimista de la vida con la que finalmente estaríamos reacios a contactar.


...pues es más fácil huir. La evitación del malestar como estrategia de afrontamiento

Para acabar, siempre existe otra opción. Una de las primeras en aparecer ante nosotros cuando las cosas se tuercen. En ocasiones es una opción tan buena como cualquiera, y no debe desecharse tan a la ligera como pudiera parecer. Tampoco es lo que proponen este tipo de terapias. Lo que sí hacen estas terapias es plantear que una evitación del malestar, de manera sistemática, sin plantear soluciones, y que en ocasiones puede ir en contra de nuestros valores en la vida, puede ser aún peor opción si cabe que simplemente no actuar.

Evitar, de una manera rígida y no contemplativa (de la situación), no ayuda ni enseña, limita la vida en tanto en cuanto comienza a alejarnos de la vida que anhelamos. Porque evitar, sin más, y sin pretender aprender de la situación, requiere de un coste para las personas que en ocasiones puede llegar a ser muy alto, y generar más malestar aún que la propia situación de la que se pretendía huir inicialmente.


Las terapias de tercera generación plantean, por tanto, aceptar la situación que estamos viviendo, aprender de lo que dicho malestar nos sugiere, entender por qué surge, sin luchar ni controlar ni evitar dicho malestar, pues debemos verlo como una oportunidad para crecer como personas (mentalmente) sanas, más flexibles y más dispuestas (abiertas) a la experimentación de situaciones que si bien no son agradables, también tienen cosas que enseñar.



Por: Francisco R. Sánchez Ortega

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