viernes, 26 de septiembre de 2014

El psicólogo nunca tiene la razón

El psicólogo nunca tiene la razón. Esto es cierto, al menos lo es en parte y en el sentido en el que cotidianamente se entiende. Y no tiene la razón porque no puede o, mejor dicho, no debe. Y tampoco debería buscar tenerla si lo que quiere es llevar una terapia medianamente decente.

En el contexto de la terapia, la figura del psicólogo ha sido vista como alguien que debía decidir en cierta manera sobre diversos aspectos de la vida del “paciente” y en ocasiones ese mismo planteamiento de la terapia era lo que relegaba al cliente a ese segundo plano de mero espectador de la terapia.

A diferencia del médico que nos aconseja mejorar nuestra dieta, realizar ejercicio físico y dormir las horas que debemos cuando le preguntamos “qué debemos hacer…”, el psicólogo no podría (ni debería poder) tener una respuesta a una pregunta como esa, no cuando la pregunta va encaminada a resolver el rumbo que la vida del cliente debe tomar. Porque la última palabra la tiene el cliente. Aunque muchas veces…


…el cliente tampoco tiene la razón…

No cuando la mayoría de las razones que nos damos a nosotros mismos solo sirven para justificar nuestra forma de actuar, cuando una forma de actuar valiosa y bien intencionada no debería porqué tener razones para llevarse a cabo. Es lo que hace desconfiar de un comportamiento que se apoya constantemente en razones.

En el sentido de las terapias actuales, el psicólogo debe ser un guía para el cliente, no un comandante ni un consejero, que tenga en cuenta las opciones sobre la mesa, que se haya interesado por los valores (y los conozca bien) del individuo, y que sirva de apoyo para que este último lleve a cabo las decisiones que su propia vida le demanda, comprometido con el cambio en una dirección valiosa para él.

Los objetivos de la terapia deben ser por tanto guiados por el terapeuta que en lugar de apoyar su argumento en razones de porqué algo debe ser así o asá, se limitaría a guiarse él mismo por los valores del cliente. Ya no paciente, sino activo en el transcurso de la intervención.

Una terapia, por contra, que se ve guiada por el psicólogo y sus razones en lugar de ir regida por el propio cliente, dista mucho siquiera de ser llamada como tal. Posiblemente sea lo que se busca en muchas ocasiones, y puede hinchar el ego de muchos profesionales de la psicología, quizás no mantenga “desconcertado” al cliente por momentos (algo que en ocasiones sucede, de forma intencionada, en algunas terapias actuales), y puede que no requiera de gran esfuerzo por parte del usuario. Pero esto no será terapia. Y uno acabará la sesión sabiendo muy poco más sobre sí mismo.


¡La medicina tiene la culpa de todo esto!

Es una realidad que vivimos en una sociedad medicalizada, como ya se ha comentado en más de una ocasión, y que se tiende en buscar los problemas físicos en el propio cuerpo cuando más de una vez no se encontrará una causa biológica para dar respuestas a nuestras quejas.


No es menos cierto que por este motivo se acuda al psicólogo con la misma actitud pasiva ante los problemas que nuestra vida nos plantea. Esperamos que el profesional resuelva la papeleta (que para eso le pagamos) y que tenga una razón para lo que está ocurriendo. Pero esta situación se plantearía muy simple ante el psicólogo, que a su vez debe huir de tal simpleza, a la vez que es un derecho del cliente ser atendido y disfrutar de una terapia para él y de él, en lugar de escuchar las razones de un completo desconocido.



Autor: Francisco R. Sánchez Ortega




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